Trece Corazones
... Al Principio
…Pero una noche dejó de mirar la tierra que protegía, y cedió al deseo de mirar a quien tenía al dado.
Y se dio cuenta, al fin, de que amaba aquella criatura etérea con toda la fuerza de su ser.
Después de mirarla, ya no pudo apartar la vista. En realidad, no sólo no pudo alejarse, sino que se acercó un poco más, y otro poco más…Hasta que sus esencias se rozaban.
Entonces ella también alzó la mirada y la clavó en él. Siempre serena, siempre perfecta.
- ¿Qué haces, hermano? – Preguntó con su voz de miel, de seda.
- Mirarte. – Respondió él, sin asomo de pudor, sin pensar siquiera que pudiera estar obrando mal.
- Debes mirar a tierra, pues por eso nacimos.
- Lo sé. No desatiendo mi tarea.
- Pero no miras hacia abajo.
- No. Tengo que mirarte a ti.
- ¿Por qué?
- Porque te amo.
Desde luego, aquella criatura de belleza sin igual no respondió como él esperaba. Toda su esencia se contrajo en un obvio mensaje de asco y desprecio.
- Sigue con tu tarea y deja ya de distraerte con obscenidades.
Su voz de miel sonaba ahora a veneno. Dejó de prestarle atención a su hermano, y él se quedó así, parado, sintiendo que algo dentro se resquebrajaba y se rompía, y el dolor comenzaba a inundarlo en oleadas cada vez más fieras, hasta que el torbellino se lo tragó y, cuando lo volvió a escupir, no era amor lo que sentía.
Era odio.
Y se dio cuenta, al fin, de que amaba aquella criatura etérea con toda la fuerza de su ser.
Después de mirarla, ya no pudo apartar la vista. En realidad, no sólo no pudo alejarse, sino que se acercó un poco más, y otro poco más…Hasta que sus esencias se rozaban.
Entonces ella también alzó la mirada y la clavó en él. Siempre serena, siempre perfecta.
- ¿Qué haces, hermano? – Preguntó con su voz de miel, de seda.
- Mirarte. – Respondió él, sin asomo de pudor, sin pensar siquiera que pudiera estar obrando mal.
- Debes mirar a tierra, pues por eso nacimos.
- Lo sé. No desatiendo mi tarea.
- Pero no miras hacia abajo.
- No. Tengo que mirarte a ti.
- ¿Por qué?
- Porque te amo.
Desde luego, aquella criatura de belleza sin igual no respondió como él esperaba. Toda su esencia se contrajo en un obvio mensaje de asco y desprecio.
- Sigue con tu tarea y deja ya de distraerte con obscenidades.
Su voz de miel sonaba ahora a veneno. Dejó de prestarle atención a su hermano, y él se quedó así, parado, sintiendo que algo dentro se resquebrajaba y se rompía, y el dolor comenzaba a inundarlo en oleadas cada vez más fieras, hasta que el torbellino se lo tragó y, cuando lo volvió a escupir, no era amor lo que sentía.
Era odio.