Krystal
Capítulo I
Hay mucha gente en la ciudad de altos rascacielos y amplios escaparates. No hay coches, ni perros ladrando, ni pájaros aleteando. Todo el sonido que se oye es el murmullo de cientos de conversaciones a la vez, sumiéndola en un molesto y continuo zumbido que no puede parar, quebrar ni ignorar.
“…e…”
- ¿Dónde estoy? – Pregunta con su voz de cristal.
Pero esas personas sin rostro no la miran ni responden. Nadie la ve, la oye ni la conoce.
Está sola en la inmensidad.
“Zoe…”
Se sobresalta y mira alrededor. Toda la gente camina y murmura sin cesar entorno a ella. ¿Alguien ha dicho su nombre? ¿Alguien la conoce?
“ZOE”.
Zoe no era una chica popular. En realidad, era todo lo contrario a popular. Era tímida, nerviosa, le costaba hacer amigos y lloraba con insultante facilidad.
Nunca había sabido del todo qué llevaba a los demás a meterse con ella, a usarla como a un pañuelo desechable. A veces le decían lo mucho que la querían, para copiarle los deberes; en ocasiones, al salir de clase le escupían para divertirse mientras esperaban el autobús.
Ella era tranquila, y no comprendía el motivo de esa actitud. Pero siempre había sido así, desde la guardería.
Y, con todo, siempre tenía un rayo de esperanza.
No sabía acercarse a los ya conocidos, aquellos que sabían quién y cómo era, los que la empujaban, le enganchaban chicles en el pelo y se reían de ella cuando se aburrían. Tampoco es que quisiera intentarlo, claro.
Pero cada vez que llegaba alguien nuevo a clase, alguien que no supiera nada de ella…bueno, era una nueva oportunidad.
Todo sea dicho, oportunidad desaprovechada. Nunca había logrado intercambiar tres palabras con un nuevo llegado antes de que los populares se le echaran encima. Y, cuando esto sucedía, ya podía olvidarse de hacer amigos nuevos.
Aquella mañana había comenzado como cualquier otra. El despertador sonó temprano; lo apagó deprisa para no despertar a su madre, que dormía hasta tarde, y barajó la posibilidad de hacer novillos, simular un resfriado.
Finalmente se levantó con pocas ganas y se vistió. Se puso una falda larga de color azul oscuro y un jersey más claro, grueso y de cuello alto, que le cubría hasta los labios. Se puso unas medias y se calzó los sencillos zapatos sin tacón.
Se aseguró de llevar todo lo necesario en la mochila: los libros de texto, algo para leer, una libreta para escribir poesías, la carpeta con hojas en blanco y apuntes, el estuche, el móvil en silencio…
Todo correcto.
Fue al baño, se lavó los dientes y peinó su cabellera ondulada y castaña sin mucho cuidado. Bajó en silencio las escaleras que la llevaron al recibidor y giró por el pasillo hacia la cocina, acoplada en el salón-comedor.
Su padre se había ido a trabajar de madrugada, y había dejado la taza del café en el fregadero. Zoe se tomó un vaso de leche y lo fregó todo presurosamente.
Volvió al recibidor, repasó de nuevo el contenido de su mochila, cogió las llaves y salió.
Las calles estaban frías, oscuras y solitarias a aquellas horas, pero daba igual. La mayoría de sus compañeros que vivían por la zona cogían el autobús un rato más tarde, pero sus padres habían pensado que le iría bien a su hija caminar hacia y del colegio.
Llegó junto a la primera oleada de alumnos que entraban en el instituto. Silenciosamente, intentando pasar desapercibida, fue a su aula, se sentó, sacó el material de la primera clase y esperó.
Por las mañanas no solían meterse con ella, porque sus compañeros evitaban la clase el máximo tiempo posible, así que cuando sonó el timbre entraron ellos, el profesor…
Y dos desconocidos.
- Sentaos, por favor. – Pidió el hombre con paciencia.
Necesitó tres minutos y medio para lograr el silencio en el aula, según calculó Zoe con el móvil. Todo un record. Seguramente, sentirían curiosidad por los dos chicos que no conocían.
La muchacha necesitó sólo un momento para determinar que la mínima oportunidad que tenía normalmente con los nuevos se limitaba al chico rubio de sonrisa jovial.
El joven era alto, de complexión atlética. Tenía el cabello rubio y un poco largo, lacio, cayéndole a los lados del rostro moreno con gracia. Sus ojos eran de un intenso tono verde. Vestía unas deportivas, pantalones anchos y una camiseta de tirantes ceñida al torso, que denotaba una musculatura, tal vez no trabajada, pero cuando menos atractiva. Sonreía, y parecía simpático, carismático.
El otro, en cambio, era todo lo contrario. Alto, sí, pero de complexión más robusta. Su cabello negro y corto era rebelde, peinado como si acabara de levantarse. Era de piel blanca y ojos azul oscuro. Vestía pantalones vaqueros desgarrados en una rodilla, y una camisa oscura medio abierta. Estaba muy serio, con el ceño arrugado y las cejas oscuras inclinadas, dándole un aspecto grave y malhumorado.
No, desde luego el moreno no era una opción para ella. El rubio…sí, seguramente sería simpático con ella, hasta que los demás le demostraran lo divertido que era meterse con Zoe.
- Estos son Alex y Aarón Aglaia. – Presentó el profesor. – Vienen de lejos y acaban de llegar, así que hacedles sentir como en casa.
Zoe oía cuchicheos alrededor, sobretodo de las chicas, que ya planeaban cómo hacerse con los nuevos. Suspiró y miró su libreta de poemas, desentendiéndose.
- Podéis sentaros allí, detrás de Zoe.
Levantó la mirada bruscamente y vio que el profesor la señalaba.
<Oh, dioses.> Pensó.
Ya no recordaba que habían puesto dos pupitres más detrás de ella hacía unos días.
Los chicos nuevos la miraban. Toda la clase la miraba. Se ruborizó y agachó la cabeza, avergonzada. No le gustaba llamar la atención. Le gustaba que la dejaran tranquila, la ignoraran…pero en el fondo también quería que alguien le prestara esa atención que por lo general la incomodaba. Era una contradicción.
Los muchachos se sentaron en sus nuevos pupitres, y la clase de ciencias naturales (biología, física y química) comenzó para disgusto de casi todos.
No hubo incidentes de allí al recreo: tres horas seguidas de clase tras clase, con pausas de cinco minutos en las que Zoe podía oír las conversaciones a su espalda de gente que intentaba acercarse a los nuevos.
Nadie le hizo caso, pero a pesar de eso notaba miradas sobre ella. Paranoias suyas, lo sabía, así que se limitaba a ignorarlo.
Durante el recreo se quedó sola en el aula, como solía. A veces, el conserje la pillaba y la mandaba afuera, pero por lo general permanecía allí. Se comía su bocadillo, o una pasta, y escribía, leía o estudiaba un poco.
Le gustaba el silencio de un aula solitaria. El bullicio, por el contrario, la ponía nerviosa.
Antes de lo que le hubiera gustado, volvió a sonar el timbre.
- ¡Ja, ya se ha quedado otra vez! ¿Qué pasa, Zon-Zon, te da miedo salir a la calle?
Allí estaba, Shila, la que en sus tiempos fue su mejor amiga, y ahora…
Zoe bajó la cabeza y miró fijamente al libro de texto. La muchacha, de corto cabello rubio e intensos ojos azul zafiro, se acercó y le puso la mano en la nuca, apretando más de lo que debiera.
- Maleducada. Contesta cuando te hablan, estúpida.
- D-déjame en paz. – Fue todo lo que pudo decir, de forma temblorosa.
Por suerte para ella, en ese momento entraron los chicos nuevos, y Shila y las demás perdieron todo el interés en Zoe, retirándose para charlar con ellos.
Al poco se reanudaron las clases, dos horas con breve pausa entre ambas.
Sonó el timbre, y la gente recogió precipitadamente para salir. Zoe se lo tomó con calma: dado que no podía salir la primera, mejor salir de las últimas, pero no en el grueso de alumnos que se daban empujones por salir.
Puso sus cosas en la mochila, se la colgó al hombro sin prisas y se levantó; la mitad de los alumnos ya estaban fuera.
Y, a pesar de eso, se las ingenió para chocar con alguien en el pasillo. Alguien que la empujó con más fuerza de la que debería y la tiró al suelo. Se le cortó el aliento, y miró con ojos llorosos a su agresor.
El chico nuevo, Aarón, el moreno, la miraba casi con asco.
- Cuidado con lo que haces. – Dijo con dureza en su voz profunda.
Zoe boqueó, incapaz de decir nada. El rubio le dio una palmada en la espalda a su hermano.
- Compórtate, por favor. – Le reprendió. – Ha sido culpa tuya.
- Cállate.
Echó a andar pasillo abajo. Alex miró a Zoe, sonrió como pidiendo disculpas y lo siguió corriendo.
- ¡Espera, no sé volver a casa solo!
Se oyeron grititos de emoción: qué mono, un hombretón así que no sabe volver sin su hermano…
Zoe, casi llorando, se levantó y se fue por el otro lado del pasillo, por la puerta de atrás. No quería que nadie la viera en aquel estado lacrimoso y débil.
“…e…”
- ¿Dónde estoy? – Pregunta con su voz de cristal.
Pero esas personas sin rostro no la miran ni responden. Nadie la ve, la oye ni la conoce.
Está sola en la inmensidad.
“Zoe…”
Se sobresalta y mira alrededor. Toda la gente camina y murmura sin cesar entorno a ella. ¿Alguien ha dicho su nombre? ¿Alguien la conoce?
“ZOE”.
Zoe no era una chica popular. En realidad, era todo lo contrario a popular. Era tímida, nerviosa, le costaba hacer amigos y lloraba con insultante facilidad.
Nunca había sabido del todo qué llevaba a los demás a meterse con ella, a usarla como a un pañuelo desechable. A veces le decían lo mucho que la querían, para copiarle los deberes; en ocasiones, al salir de clase le escupían para divertirse mientras esperaban el autobús.
Ella era tranquila, y no comprendía el motivo de esa actitud. Pero siempre había sido así, desde la guardería.
Y, con todo, siempre tenía un rayo de esperanza.
No sabía acercarse a los ya conocidos, aquellos que sabían quién y cómo era, los que la empujaban, le enganchaban chicles en el pelo y se reían de ella cuando se aburrían. Tampoco es que quisiera intentarlo, claro.
Pero cada vez que llegaba alguien nuevo a clase, alguien que no supiera nada de ella…bueno, era una nueva oportunidad.
Todo sea dicho, oportunidad desaprovechada. Nunca había logrado intercambiar tres palabras con un nuevo llegado antes de que los populares se le echaran encima. Y, cuando esto sucedía, ya podía olvidarse de hacer amigos nuevos.
Aquella mañana había comenzado como cualquier otra. El despertador sonó temprano; lo apagó deprisa para no despertar a su madre, que dormía hasta tarde, y barajó la posibilidad de hacer novillos, simular un resfriado.
Finalmente se levantó con pocas ganas y se vistió. Se puso una falda larga de color azul oscuro y un jersey más claro, grueso y de cuello alto, que le cubría hasta los labios. Se puso unas medias y se calzó los sencillos zapatos sin tacón.
Se aseguró de llevar todo lo necesario en la mochila: los libros de texto, algo para leer, una libreta para escribir poesías, la carpeta con hojas en blanco y apuntes, el estuche, el móvil en silencio…
Todo correcto.
Fue al baño, se lavó los dientes y peinó su cabellera ondulada y castaña sin mucho cuidado. Bajó en silencio las escaleras que la llevaron al recibidor y giró por el pasillo hacia la cocina, acoplada en el salón-comedor.
Su padre se había ido a trabajar de madrugada, y había dejado la taza del café en el fregadero. Zoe se tomó un vaso de leche y lo fregó todo presurosamente.
Volvió al recibidor, repasó de nuevo el contenido de su mochila, cogió las llaves y salió.
Las calles estaban frías, oscuras y solitarias a aquellas horas, pero daba igual. La mayoría de sus compañeros que vivían por la zona cogían el autobús un rato más tarde, pero sus padres habían pensado que le iría bien a su hija caminar hacia y del colegio.
Llegó junto a la primera oleada de alumnos que entraban en el instituto. Silenciosamente, intentando pasar desapercibida, fue a su aula, se sentó, sacó el material de la primera clase y esperó.
Por las mañanas no solían meterse con ella, porque sus compañeros evitaban la clase el máximo tiempo posible, así que cuando sonó el timbre entraron ellos, el profesor…
Y dos desconocidos.
- Sentaos, por favor. – Pidió el hombre con paciencia.
Necesitó tres minutos y medio para lograr el silencio en el aula, según calculó Zoe con el móvil. Todo un record. Seguramente, sentirían curiosidad por los dos chicos que no conocían.
La muchacha necesitó sólo un momento para determinar que la mínima oportunidad que tenía normalmente con los nuevos se limitaba al chico rubio de sonrisa jovial.
El joven era alto, de complexión atlética. Tenía el cabello rubio y un poco largo, lacio, cayéndole a los lados del rostro moreno con gracia. Sus ojos eran de un intenso tono verde. Vestía unas deportivas, pantalones anchos y una camiseta de tirantes ceñida al torso, que denotaba una musculatura, tal vez no trabajada, pero cuando menos atractiva. Sonreía, y parecía simpático, carismático.
El otro, en cambio, era todo lo contrario. Alto, sí, pero de complexión más robusta. Su cabello negro y corto era rebelde, peinado como si acabara de levantarse. Era de piel blanca y ojos azul oscuro. Vestía pantalones vaqueros desgarrados en una rodilla, y una camisa oscura medio abierta. Estaba muy serio, con el ceño arrugado y las cejas oscuras inclinadas, dándole un aspecto grave y malhumorado.
No, desde luego el moreno no era una opción para ella. El rubio…sí, seguramente sería simpático con ella, hasta que los demás le demostraran lo divertido que era meterse con Zoe.
- Estos son Alex y Aarón Aglaia. – Presentó el profesor. – Vienen de lejos y acaban de llegar, así que hacedles sentir como en casa.
Zoe oía cuchicheos alrededor, sobretodo de las chicas, que ya planeaban cómo hacerse con los nuevos. Suspiró y miró su libreta de poemas, desentendiéndose.
- Podéis sentaros allí, detrás de Zoe.
Levantó la mirada bruscamente y vio que el profesor la señalaba.
<Oh, dioses.> Pensó.
Ya no recordaba que habían puesto dos pupitres más detrás de ella hacía unos días.
Los chicos nuevos la miraban. Toda la clase la miraba. Se ruborizó y agachó la cabeza, avergonzada. No le gustaba llamar la atención. Le gustaba que la dejaran tranquila, la ignoraran…pero en el fondo también quería que alguien le prestara esa atención que por lo general la incomodaba. Era una contradicción.
Los muchachos se sentaron en sus nuevos pupitres, y la clase de ciencias naturales (biología, física y química) comenzó para disgusto de casi todos.
No hubo incidentes de allí al recreo: tres horas seguidas de clase tras clase, con pausas de cinco minutos en las que Zoe podía oír las conversaciones a su espalda de gente que intentaba acercarse a los nuevos.
Nadie le hizo caso, pero a pesar de eso notaba miradas sobre ella. Paranoias suyas, lo sabía, así que se limitaba a ignorarlo.
Durante el recreo se quedó sola en el aula, como solía. A veces, el conserje la pillaba y la mandaba afuera, pero por lo general permanecía allí. Se comía su bocadillo, o una pasta, y escribía, leía o estudiaba un poco.
Le gustaba el silencio de un aula solitaria. El bullicio, por el contrario, la ponía nerviosa.
Antes de lo que le hubiera gustado, volvió a sonar el timbre.
- ¡Ja, ya se ha quedado otra vez! ¿Qué pasa, Zon-Zon, te da miedo salir a la calle?
Allí estaba, Shila, la que en sus tiempos fue su mejor amiga, y ahora…
Zoe bajó la cabeza y miró fijamente al libro de texto. La muchacha, de corto cabello rubio e intensos ojos azul zafiro, se acercó y le puso la mano en la nuca, apretando más de lo que debiera.
- Maleducada. Contesta cuando te hablan, estúpida.
- D-déjame en paz. – Fue todo lo que pudo decir, de forma temblorosa.
Por suerte para ella, en ese momento entraron los chicos nuevos, y Shila y las demás perdieron todo el interés en Zoe, retirándose para charlar con ellos.
Al poco se reanudaron las clases, dos horas con breve pausa entre ambas.
Sonó el timbre, y la gente recogió precipitadamente para salir. Zoe se lo tomó con calma: dado que no podía salir la primera, mejor salir de las últimas, pero no en el grueso de alumnos que se daban empujones por salir.
Puso sus cosas en la mochila, se la colgó al hombro sin prisas y se levantó; la mitad de los alumnos ya estaban fuera.
Y, a pesar de eso, se las ingenió para chocar con alguien en el pasillo. Alguien que la empujó con más fuerza de la que debería y la tiró al suelo. Se le cortó el aliento, y miró con ojos llorosos a su agresor.
El chico nuevo, Aarón, el moreno, la miraba casi con asco.
- Cuidado con lo que haces. – Dijo con dureza en su voz profunda.
Zoe boqueó, incapaz de decir nada. El rubio le dio una palmada en la espalda a su hermano.
- Compórtate, por favor. – Le reprendió. – Ha sido culpa tuya.
- Cállate.
Echó a andar pasillo abajo. Alex miró a Zoe, sonrió como pidiendo disculpas y lo siguió corriendo.
- ¡Espera, no sé volver a casa solo!
Se oyeron grititos de emoción: qué mono, un hombretón así que no sabe volver sin su hermano…
Zoe, casi llorando, se levantó y se fue por el otro lado del pasillo, por la puerta de atrás. No quería que nadie la viera en aquel estado lacrimoso y débil.