El Reloj de la Vida
Capítulo I
Tenía dieciséis años cuando todo aquello comenzó. Y lo hizo…Como suelen comenzar las cosas importantes en la vida de una joven dama de alta cuna: lentamente, como si fueran parte de otro mundo, algo totalmente ajeno, como un sueño contado para pasar el rato.
Estaba en la torre de costura, con dos de sus hermanas mayores y sus doncellas. Su hermana pequeña, Rizeel, era demasiado revoltosa, y la institutriz la había dado por imposible, así que correteaba todo el tiempo por los jardines con los perros y los niños de los criados.
Isaniel se sentó junto a la ventana, donde siempre estaba, y trató de bordar algo en la fina tela que la institutriz le había dado.
- Vamos, usad vuestra imaginación. – Dijo ésta.
Siempre decía lo mismo. En realidad, no les había enseñado a coser ni a bordar nada. Isaniel había aprendido de su hermana mayor, Arinzel, que, por cierto, no se encontraba allí ese día. Aunque era hermosa y sofisticada, la primogénita de la familia Jahomír gustaba de los largos paseos a caballo y la caza, con lo que solía ir con su padre y los cazadores. Era una gran arquera.
En eso, se decía Isaniel, tampoco se parecían. Arinzel tenía una cabellera pelirroja, indomable, fiera, y unos ojos muy vivos de color azul como el océano. Tenía una piel blanca como la nieve, pura, tersa e inmaculada. Era alta para ser una mujer, pero lo compensaba con unas curvas que hacía que todos los hombres de Jahomír se volvieran para verla pasar.
Isaniel era todo lo contrario. Su cabello era de color rubio platino, lacio, muy largo y siempre suelto; al menos nunca se enredaba. Sus ojos eran de un azul celeste, pero le costaba mantenerlos abiertos del todo, así que a menudo parecía soñadora o taciturna, distraída. Su piel era blanca, pero era un blanco lechoso, no el blanco impoluto de su preciosa hermana. Era de baja estatura, y, desde luego, no estaba lo que se dice muy bien dotada.
Se llevaban seis años, así que Isaniel había visto a Arinzel a su edad. A los dieciséis, su hermana mayor tenía seno abundante, caderas perfectas, y la cintura le hacía una curva deliciosa para cualquier hombre. Ella, en cambio, era recta y plana como cualquier pared del castillo.
- ¿Sabéis qué he oído hoy en las cocinas? – Dijo de pronto una doncella.
La institutriz, bordando en un lado, rodó la mirada.
- A nadie le importan tus chismorreos, Aidé. – Advirtió con voz dura.
Laryel, la hermana de Isaniel, tres años mayor, rió con su dulzura natural. Tenía el cabello rubio, pero un rubio más oscuro, más vistoso y bonito, y los ojos risueños con una chispa inteligente en la mirada. Parecía delicada como una flor, aunque había un toque pícaro en ella. Y le encantaba saberlo todo.
- Vamos, cuéntanos. – Pidió con su voz suave como la seda. – Siempre es agradable conocer los rumores que corren por nuestro hogar.
- Pues os sorprenderéis, mi señora, porque esto viene de mucho más lejos. – Explicó la doncella, muy orgullosa. – La cocinera lo ha oído del lechero que ha venido de la aldea, que a su vez lo oyó de un comerciante ambulante, que a su vez…
- Sí, sí, ¿pero qué es? – La apremió Laryel.
- Sí, perdonad, mi señora. Pues veréis, se rumorea…que los Paganos están atacando la frontera.
- Ah, ¿otra vez?
La hermana de Isaniel volvió la mirada a su precioso bordado con motivos de flores. Ya no le interesaba. Era bien sabido que al menos una vez al año había una escaramuza en el río que separaba los territorios de los Civilizados y de los Salvajes, y, al menos una vez cada década, había una guerra que duraba varios meses y terminaba cuando ambos bandos se retiraban de común acuerdo, por demasiadas bajas.
- Pero esta vez es distinto. – Advirtió la doncella. – De verdad.
- Sí, bueno, pero no es nuevo. – Laryel ya no le hacía ningún caso.
- Di, Aidé. – Pidió Isaniel.
Varias miradas se volvieron hacia ella un momento. Era una joven muy callada que nunca se metía donde no la llamaban, y no era demasiado cotilla. Todos se sorprendían de que quisiera conocer los detalles de aquel chisme.
Y no quería, claro. Pero le parecía grosero avivar las ganas de hablar de la doncella y luego detenerla. Así que le dedicó una sonrisa amable para alentarla a seguir.
- Bueno…Veréis. – Continuó finalmente Aidé. – Pues resulta que esta vez no es en el río.
Isaniel ladeó la cabeza, esforzándose en mirar a la muchacha y no bajar la vista al bordado. Trató de recordar qué más había aparte del río en la frontera.
- En las montañas. – La ayudó Aidé. – Bidák. En el territorio de Prayn.
- ¡Aaaah…!
- No es tan raro. – Comentó Laryel, con amabilidad cortante. – A veces se esconden en las montañas esperando tener ventaja, lo sabe todo el mundo.
- Pero lo más extraño de esto, mis señoras, es lo siguiente. Y es que no hay un ejército en las montañas, ni siquiera un puñado de salvajes.
Hizo una pausa, esperando que alguien preguntara. Nadie lo hizo. Las demás doncellas ya debían conocer los rumores y les daba igual. Sariel, un año mayor que Isaniel, podía estar interesada, pero era muda y le daba vergüenza tratar de llamar la atención con golpecitos. Laryel, la única que normalmente daba pie a Aidé, se había desentendido totalmente.
Así que Isaniel suspiró.
- ¿Y cuántos eran, entonces? – Preguntó.
La doncella le sonrió.
- Uno.
- ¿Un batallón?
- No, mi señora. Se trata, dicen, de un solo hombre.
Laryel volvió a alzar la mirada, súbitamente interesada.
- ¿Un hombre en las montañas, atacando las fronteras de Prayn? – Preguntó.
- Así es, mi señora.
- ¡Está loco!
- Eso creían los guardias…O, al menos, eso se piensa, porque jamás regresaron de las montañas donde fueron a emboscar al Pagano.
- ¡Qué dices!
- Como oís, mi señora. No regresaron.
- Debieron despeñarse, a veces los hombres son tan torpes…
Isaniel rodó la mirada y volvió la vista a su trabajo. Suspiró. Aquello sobre la tela ni siquiera parecía un pétalo.
- Tendría sentido, mi señora, si no hubieran ido más guardias a buscarlos.
- ¿Y qué pasó?
- Que tampoco regresaron.
- ¡Bromeas! Los guerreros de Prayn siempre han destacado por ser muy eficientes.
- Eso es cierto, mi señora, pero no lo lograron.
- ¿Qué sucedió?
- Seguramente murieron. Y siguen muriendo ahora.
- ¡No!
- Sí, sí. El señor Prayn sigue enviando oleadas de guerreros a las montañas, y rara vez vuelve alguno. Y, cuando alguien regresa, es porque ha huido. Gracias a estos cobardes tenemos información fiable sobre el Pagano que…
- ¡Fiable! – Resopló la institutriz. - ¿Qué dicen esos supuestos guerreros que regresan ilesos de las montañas donde otros muchos han muerto? ¿Qué su enemigo es inmortal, que nadie puede derrotarlo, que siempre sale victorioso?
Aidé se ruborizó.
- Sí, eso dicen, señora.
- Te diré lo que yo pienso, y así acabaremos con toda esta estupidez, chismosa. Hay un ejército en las montañas, un ejército de Paganos, pero como hay tantos escondrijos entre las rocas los estúpidos guerreros de Prayn piensan que sólo hay un hombre.
- Pero…
- Pues yo creo que todo eso son sólo mentiras. – Dijo de pronto otra doncella.
- ¿Cómo dices? – Se quejó Aidé.
La otra sacudió la cabeza, muy orgullosa.
- Si el señor Prayn tuviera un problema semejante, obviamente habría contactado con el rey para pedir su ayuda.
- ¡Quizá lo ha hecho, no lo sabes!
- Si el rey hubiera recibido una llamada, sus soldados ya habrían aniquilado a ese supuesto Pagano Inmortal.
- Tal vez lo han hecho.
- Bah. Son sólo cuentos para asustar a las niñitas como tú, Aidé.
- ¡Eres muy grosera!
- Sea lo que sea, - Interrumpió Laryel, sacudiendo su cabello rubio-miel. - , tampoco importa mucho. Estamos muy lejos de las montañas Bidák. De cualquier modo, estamos a salvo pase lo que pase.
Seguramente tenía razón.
Isaniel suspiró y miró por la ventana. Los campos se extendían hasta el río, el cielo era azul y el sol brillaba fuerte, tanto que le hería los ojos.
Pensó en ese Guerrero de las Tierras Lejanas, ese Pagano que luchaba en las montañas. Fuera uno o fueran muchos, fuera o no inmortal…Era un enemigo de la Civilización.
Sin poderlo evitar, sufrió un escalofrío.
Estaba en la torre de costura, con dos de sus hermanas mayores y sus doncellas. Su hermana pequeña, Rizeel, era demasiado revoltosa, y la institutriz la había dado por imposible, así que correteaba todo el tiempo por los jardines con los perros y los niños de los criados.
Isaniel se sentó junto a la ventana, donde siempre estaba, y trató de bordar algo en la fina tela que la institutriz le había dado.
- Vamos, usad vuestra imaginación. – Dijo ésta.
Siempre decía lo mismo. En realidad, no les había enseñado a coser ni a bordar nada. Isaniel había aprendido de su hermana mayor, Arinzel, que, por cierto, no se encontraba allí ese día. Aunque era hermosa y sofisticada, la primogénita de la familia Jahomír gustaba de los largos paseos a caballo y la caza, con lo que solía ir con su padre y los cazadores. Era una gran arquera.
En eso, se decía Isaniel, tampoco se parecían. Arinzel tenía una cabellera pelirroja, indomable, fiera, y unos ojos muy vivos de color azul como el océano. Tenía una piel blanca como la nieve, pura, tersa e inmaculada. Era alta para ser una mujer, pero lo compensaba con unas curvas que hacía que todos los hombres de Jahomír se volvieran para verla pasar.
Isaniel era todo lo contrario. Su cabello era de color rubio platino, lacio, muy largo y siempre suelto; al menos nunca se enredaba. Sus ojos eran de un azul celeste, pero le costaba mantenerlos abiertos del todo, así que a menudo parecía soñadora o taciturna, distraída. Su piel era blanca, pero era un blanco lechoso, no el blanco impoluto de su preciosa hermana. Era de baja estatura, y, desde luego, no estaba lo que se dice muy bien dotada.
Se llevaban seis años, así que Isaniel había visto a Arinzel a su edad. A los dieciséis, su hermana mayor tenía seno abundante, caderas perfectas, y la cintura le hacía una curva deliciosa para cualquier hombre. Ella, en cambio, era recta y plana como cualquier pared del castillo.
- ¿Sabéis qué he oído hoy en las cocinas? – Dijo de pronto una doncella.
La institutriz, bordando en un lado, rodó la mirada.
- A nadie le importan tus chismorreos, Aidé. – Advirtió con voz dura.
Laryel, la hermana de Isaniel, tres años mayor, rió con su dulzura natural. Tenía el cabello rubio, pero un rubio más oscuro, más vistoso y bonito, y los ojos risueños con una chispa inteligente en la mirada. Parecía delicada como una flor, aunque había un toque pícaro en ella. Y le encantaba saberlo todo.
- Vamos, cuéntanos. – Pidió con su voz suave como la seda. – Siempre es agradable conocer los rumores que corren por nuestro hogar.
- Pues os sorprenderéis, mi señora, porque esto viene de mucho más lejos. – Explicó la doncella, muy orgullosa. – La cocinera lo ha oído del lechero que ha venido de la aldea, que a su vez lo oyó de un comerciante ambulante, que a su vez…
- Sí, sí, ¿pero qué es? – La apremió Laryel.
- Sí, perdonad, mi señora. Pues veréis, se rumorea…que los Paganos están atacando la frontera.
- Ah, ¿otra vez?
La hermana de Isaniel volvió la mirada a su precioso bordado con motivos de flores. Ya no le interesaba. Era bien sabido que al menos una vez al año había una escaramuza en el río que separaba los territorios de los Civilizados y de los Salvajes, y, al menos una vez cada década, había una guerra que duraba varios meses y terminaba cuando ambos bandos se retiraban de común acuerdo, por demasiadas bajas.
- Pero esta vez es distinto. – Advirtió la doncella. – De verdad.
- Sí, bueno, pero no es nuevo. – Laryel ya no le hacía ningún caso.
- Di, Aidé. – Pidió Isaniel.
Varias miradas se volvieron hacia ella un momento. Era una joven muy callada que nunca se metía donde no la llamaban, y no era demasiado cotilla. Todos se sorprendían de que quisiera conocer los detalles de aquel chisme.
Y no quería, claro. Pero le parecía grosero avivar las ganas de hablar de la doncella y luego detenerla. Así que le dedicó una sonrisa amable para alentarla a seguir.
- Bueno…Veréis. – Continuó finalmente Aidé. – Pues resulta que esta vez no es en el río.
Isaniel ladeó la cabeza, esforzándose en mirar a la muchacha y no bajar la vista al bordado. Trató de recordar qué más había aparte del río en la frontera.
- En las montañas. – La ayudó Aidé. – Bidák. En el territorio de Prayn.
- ¡Aaaah…!
- No es tan raro. – Comentó Laryel, con amabilidad cortante. – A veces se esconden en las montañas esperando tener ventaja, lo sabe todo el mundo.
- Pero lo más extraño de esto, mis señoras, es lo siguiente. Y es que no hay un ejército en las montañas, ni siquiera un puñado de salvajes.
Hizo una pausa, esperando que alguien preguntara. Nadie lo hizo. Las demás doncellas ya debían conocer los rumores y les daba igual. Sariel, un año mayor que Isaniel, podía estar interesada, pero era muda y le daba vergüenza tratar de llamar la atención con golpecitos. Laryel, la única que normalmente daba pie a Aidé, se había desentendido totalmente.
Así que Isaniel suspiró.
- ¿Y cuántos eran, entonces? – Preguntó.
La doncella le sonrió.
- Uno.
- ¿Un batallón?
- No, mi señora. Se trata, dicen, de un solo hombre.
Laryel volvió a alzar la mirada, súbitamente interesada.
- ¿Un hombre en las montañas, atacando las fronteras de Prayn? – Preguntó.
- Así es, mi señora.
- ¡Está loco!
- Eso creían los guardias…O, al menos, eso se piensa, porque jamás regresaron de las montañas donde fueron a emboscar al Pagano.
- ¡Qué dices!
- Como oís, mi señora. No regresaron.
- Debieron despeñarse, a veces los hombres son tan torpes…
Isaniel rodó la mirada y volvió la vista a su trabajo. Suspiró. Aquello sobre la tela ni siquiera parecía un pétalo.
- Tendría sentido, mi señora, si no hubieran ido más guardias a buscarlos.
- ¿Y qué pasó?
- Que tampoco regresaron.
- ¡Bromeas! Los guerreros de Prayn siempre han destacado por ser muy eficientes.
- Eso es cierto, mi señora, pero no lo lograron.
- ¿Qué sucedió?
- Seguramente murieron. Y siguen muriendo ahora.
- ¡No!
- Sí, sí. El señor Prayn sigue enviando oleadas de guerreros a las montañas, y rara vez vuelve alguno. Y, cuando alguien regresa, es porque ha huido. Gracias a estos cobardes tenemos información fiable sobre el Pagano que…
- ¡Fiable! – Resopló la institutriz. - ¿Qué dicen esos supuestos guerreros que regresan ilesos de las montañas donde otros muchos han muerto? ¿Qué su enemigo es inmortal, que nadie puede derrotarlo, que siempre sale victorioso?
Aidé se ruborizó.
- Sí, eso dicen, señora.
- Te diré lo que yo pienso, y así acabaremos con toda esta estupidez, chismosa. Hay un ejército en las montañas, un ejército de Paganos, pero como hay tantos escondrijos entre las rocas los estúpidos guerreros de Prayn piensan que sólo hay un hombre.
- Pero…
- Pues yo creo que todo eso son sólo mentiras. – Dijo de pronto otra doncella.
- ¿Cómo dices? – Se quejó Aidé.
La otra sacudió la cabeza, muy orgullosa.
- Si el señor Prayn tuviera un problema semejante, obviamente habría contactado con el rey para pedir su ayuda.
- ¡Quizá lo ha hecho, no lo sabes!
- Si el rey hubiera recibido una llamada, sus soldados ya habrían aniquilado a ese supuesto Pagano Inmortal.
- Tal vez lo han hecho.
- Bah. Son sólo cuentos para asustar a las niñitas como tú, Aidé.
- ¡Eres muy grosera!
- Sea lo que sea, - Interrumpió Laryel, sacudiendo su cabello rubio-miel. - , tampoco importa mucho. Estamos muy lejos de las montañas Bidák. De cualquier modo, estamos a salvo pase lo que pase.
Seguramente tenía razón.
Isaniel suspiró y miró por la ventana. Los campos se extendían hasta el río, el cielo era azul y el sol brillaba fuerte, tanto que le hería los ojos.
Pensó en ese Guerrero de las Tierras Lejanas, ese Pagano que luchaba en las montañas. Fuera uno o fueran muchos, fuera o no inmortal…Era un enemigo de la Civilización.
Sin poderlo evitar, sufrió un escalofrío.